Podría decirse que en esta obra cohabita la denuncia, la lucidez, el pensamiento de largo recorrido histórico, la concisión y una erudita y precisa visita a las fuentes más heterogéneas. En esta entrevista, Jáuregui Balenciaga y Méndez Gallo desvelan algunas de las claves de esta obra que se abre paso en los círculos de pensamiento en nuestro país tras haber logrado ya un merecido reconocimiento en Argentina, donde obtuvieron el galardón de finalista en el Premio Topía de ensayo, 2008.
¿Cómo surgió la idea, el germen primero de Modernidad y delirio?
En realidad, este libro es la culminación de nuestra trayectoria de pensamiento. En él se unen psicología y sociología en un intento de comprender la locura vivida en nuestros medios laboratles, fundamentalmente, y en nuestra sociedad en general. Llevábamos años estudiando y escribiendo sobre la modernidad, a través de múltiples parámetros, como la identidad, el nacionalismo, la psicopatología en sus diferentes manifestaciones (drogas, anorexia, psicopatía, etc.), intentando siempre situarnos en un contexto (época) para mejor comprender. Vimos la oportunidad de explayarnos ante el certamen que propuso el Boletín Topía y ahí nos lanzamos.
Estamos ante un texto tan compacto y coherente que no se aprecia la intervención de más de una persona en el discurso narrativo. ¿Cómo han logrado esta unidad formal?
Digamos que por afinidad y consanguinidad, puesto que además de pensar conjuntamente, vivimos conjuntamente. Pero, bromas aparte y en línea con la pregunta anterior, son años trabajando temas de manera conjunta, de compartir reflexiones, lecturas, de un aprendizaje mutuo…
Los tres pilares que conforman el escenario de la locura: nación, ciencia y mercado. ¿Tiene el ser humano alguna escapatoria que no implique un exilio social?
Bueno, nuestra propia experiencia vital e intelectual tiene gran parte de su origen en el exilio; punto a partir del cual nos ha sido posible poner una distancia desde donde comprender nuestras vivencias personales y sociales. En realidad, el exilio es el hábitat humano que previene de la locura. Si observamos el nacimiento biológico del ser humano, dicho acontecimiento no es otra cosa que un exilio, un saltar afuera (ex-silire). El desarrollo psicológico del ser humano, su segundo nacimiento, también es un exilio que pasa por el encuentro con la otredad. Un buen ejemplo narrativo lo encontramos en la película El Show de Truman, donde el protagonista, Truman (True Man), sólo accederá a su condición humana cuando finalmente se exilie de esa cárcel dorada que Christoff (¡!), su creador, le había construido. Dicho de otro modo, no exiliarse es quedarse siempre dentro, no saltar, no ver otros mundos que prevengan de la estulticia autocomplaciente. Pero no hay que confundir la idea de salir o viajar con los ‘paquetes vacacionales’…
Resulta especialmente interesante y novedoso el enfoque desmitificador que le otorgan a la ciencia en este ensayo. Una ciencia a la que se apela como juez absoluto y a la vez altamente manipulable. Parece que la ciencia es una de las mejores herramientas del tercer pilar, el mercado.
El mercado, como principio fagocitador, ha engullido todo, y por tanto también a la ciencia. Hoy en día, todo es mercado y no se puede tener existencia más allá de él. En este sentido, la ciencia no es ajena a esta realidad… ¡como no lo ha sido nunca, de hecho! Y de ahí el principio hegeliano de que si la teoría no se adapta a la realidad, peor para la realidad.
¿Y la locura?, ¿qué entendemos entonces por locura y por delirio?
El delirio, que es una forma de expresión de la locura, es vivir (en) un mundo ficticio, siempre a un nivel mental, y creer que es real, único y absoluto. Es vivir fuera de la realidad, entendida ésta como construcción y no como constructo observable y cuantificable. Es pensar que lo que no es, es, y además es verdad. Dicho de otro modo, es lo que los británicos llaman whisful thinking, esto es, pensar como si fuera real aquello que se desearía que fuera real, olvidándose del ‘como sí’, de la actuación, del carácter artificial y construido de todo lo humano, olvidándose que la realidad se consensúa, se negocia, se comparte… De lo contrario, hablamos de fantasía, de constructos mentales, de delirio.
Una de las mayores virtudes de esta obra reside en su rigor a la hora de tratar un tema tan proclive a caer en el discurso panfletario y de fácil desacreditación. Salta a la vista que, pese a la brevedad del libro, existe un vasto recorrido de investigación y de búsqueda de fuentes históricas.
Gracias al estupendo aprendizaje que me ha supuesto estudiar en Québec, en donde la metodología ha tenido siempre enorme importancia, aprendí a ir a las fuentes. El enfoque metodológico de la fenomenología nos ha enseñado a ser radicales, es decir, a ir a la raíz, a las fuentes, a beber donde ya otros bebieron, a no dejarnos caer en esa concepción tontorrona del autodidactismo que da a entender lo innecesario de entablar un diálogo con otros que ya pensaron sobre la cuestión. ¡No se puede ser tan original en esta vida!
En cuanto a los autores: Inmaculada Jáuregui tiene a sus espaldas una larga trayectoria de investigación en Quebec y Pablo Méndez ha participado en equipos de investigación en el proceso de paz en el Ulster. ¿Cómo se reflejan estas experiencias en Modernidad y delirio?
Por todo lo dicho: por lo aprendido en otros contextos, en otros idiomas, en sitios donde ya han trabajado lo que aquí se está empezando, por el exilio, por entablar otros diálogos. Concretamente, el terreno de la psicología lleva años de ventaja en Québec respecto a España y laboralmente pude (Inmaculada) participar de muchas experiencias y ámbitos que aquí seguramente no habría podido. Respecto a la experiencia en el Ulster, es obvio que la cuestión nacional es determinante en el día a día de un territorio como ese, pero aquello me aportó una luz que en el País Vasco no encontraba (Pablo). Por otra parte, lo que ambas experiencias tienen de común, en origen, es el trabajar con el ser humano en situación de conflicto y sufrimiento. Y eso es algo que se tiene que digerir para aplacar la angustia vital, la incredulidad, la rabia que genera la injusticia y el sufrimiento en sus diferentes avatares o encarnaciones.
¿Cómo surgió la idea, el germen primero de Modernidad y delirio?
En realidad, este libro es la culminación de nuestra trayectoria de pensamiento. En él se unen psicología y sociología en un intento de comprender la locura vivida en nuestros medios laboratles, fundamentalmente, y en nuestra sociedad en general. Llevábamos años estudiando y escribiendo sobre la modernidad, a través de múltiples parámetros, como la identidad, el nacionalismo, la psicopatología en sus diferentes manifestaciones (drogas, anorexia, psicopatía, etc.), intentando siempre situarnos en un contexto (época) para mejor comprender. Vimos la oportunidad de explayarnos ante el certamen que propuso el Boletín Topía y ahí nos lanzamos.
Estamos ante un texto tan compacto y coherente que no se aprecia la intervención de más de una persona en el discurso narrativo. ¿Cómo han logrado esta unidad formal?
Digamos que por afinidad y consanguinidad, puesto que además de pensar conjuntamente, vivimos conjuntamente. Pero, bromas aparte y en línea con la pregunta anterior, son años trabajando temas de manera conjunta, de compartir reflexiones, lecturas, de un aprendizaje mutuo…
Los tres pilares que conforman el escenario de la locura: nación, ciencia y mercado. ¿Tiene el ser humano alguna escapatoria que no implique un exilio social?
Bueno, nuestra propia experiencia vital e intelectual tiene gran parte de su origen en el exilio; punto a partir del cual nos ha sido posible poner una distancia desde donde comprender nuestras vivencias personales y sociales. En realidad, el exilio es el hábitat humano que previene de la locura. Si observamos el nacimiento biológico del ser humano, dicho acontecimiento no es otra cosa que un exilio, un saltar afuera (ex-silire). El desarrollo psicológico del ser humano, su segundo nacimiento, también es un exilio que pasa por el encuentro con la otredad. Un buen ejemplo narrativo lo encontramos en la película El Show de Truman, donde el protagonista, Truman (True Man), sólo accederá a su condición humana cuando finalmente se exilie de esa cárcel dorada que Christoff (¡!), su creador, le había construido. Dicho de otro modo, no exiliarse es quedarse siempre dentro, no saltar, no ver otros mundos que prevengan de la estulticia autocomplaciente. Pero no hay que confundir la idea de salir o viajar con los ‘paquetes vacacionales’…
Resulta especialmente interesante y novedoso el enfoque desmitificador que le otorgan a la ciencia en este ensayo. Una ciencia a la que se apela como juez absoluto y a la vez altamente manipulable. Parece que la ciencia es una de las mejores herramientas del tercer pilar, el mercado.
El mercado, como principio fagocitador, ha engullido todo, y por tanto también a la ciencia. Hoy en día, todo es mercado y no se puede tener existencia más allá de él. En este sentido, la ciencia no es ajena a esta realidad… ¡como no lo ha sido nunca, de hecho! Y de ahí el principio hegeliano de que si la teoría no se adapta a la realidad, peor para la realidad.
¿Y la locura?, ¿qué entendemos entonces por locura y por delirio?
El delirio, que es una forma de expresión de la locura, es vivir (en) un mundo ficticio, siempre a un nivel mental, y creer que es real, único y absoluto. Es vivir fuera de la realidad, entendida ésta como construcción y no como constructo observable y cuantificable. Es pensar que lo que no es, es, y además es verdad. Dicho de otro modo, es lo que los británicos llaman whisful thinking, esto es, pensar como si fuera real aquello que se desearía que fuera real, olvidándose del ‘como sí’, de la actuación, del carácter artificial y construido de todo lo humano, olvidándose que la realidad se consensúa, se negocia, se comparte… De lo contrario, hablamos de fantasía, de constructos mentales, de delirio.
Una de las mayores virtudes de esta obra reside en su rigor a la hora de tratar un tema tan proclive a caer en el discurso panfletario y de fácil desacreditación. Salta a la vista que, pese a la brevedad del libro, existe un vasto recorrido de investigación y de búsqueda de fuentes históricas.
Gracias al estupendo aprendizaje que me ha supuesto estudiar en Québec, en donde la metodología ha tenido siempre enorme importancia, aprendí a ir a las fuentes. El enfoque metodológico de la fenomenología nos ha enseñado a ser radicales, es decir, a ir a la raíz, a las fuentes, a beber donde ya otros bebieron, a no dejarnos caer en esa concepción tontorrona del autodidactismo que da a entender lo innecesario de entablar un diálogo con otros que ya pensaron sobre la cuestión. ¡No se puede ser tan original en esta vida!
En cuanto a los autores: Inmaculada Jáuregui tiene a sus espaldas una larga trayectoria de investigación en Quebec y Pablo Méndez ha participado en equipos de investigación en el proceso de paz en el Ulster. ¿Cómo se reflejan estas experiencias en Modernidad y delirio?
Por todo lo dicho: por lo aprendido en otros contextos, en otros idiomas, en sitios donde ya han trabajado lo que aquí se está empezando, por el exilio, por entablar otros diálogos. Concretamente, el terreno de la psicología lleva años de ventaja en Québec respecto a España y laboralmente pude (Inmaculada) participar de muchas experiencias y ámbitos que aquí seguramente no habría podido. Respecto a la experiencia en el Ulster, es obvio que la cuestión nacional es determinante en el día a día de un territorio como ese, pero aquello me aportó una luz que en el País Vasco no encontraba (Pablo). Por otra parte, lo que ambas experiencias tienen de común, en origen, es el trabajar con el ser humano en situación de conflicto y sufrimiento. Y eso es algo que se tiene que digerir para aplacar la angustia vital, la incredulidad, la rabia que genera la injusticia y el sufrimiento en sus diferentes avatares o encarnaciones.